
Sin embargo anoche, anoche fue distinto...
Hace unas semanas, me hice acopio de varios botes hechos por mi padre, tomate y pisto y me los llevé a mi casa más como un trofeo que con afán de degustarlos.
Pero ayer fue cuando me armé de valor para abrir uno de ellos. Creedme que me temblaba el pulso de emoción. Nada más abrirlo, recibí de sopetón el "olor" de la comida de mi padre. El impacto fue brutal: cerrar los ojos y dejarse llevar por ese recuerdo, a él guisoteando en la cocina hace no tanto, su imagen nítida, su repiquetear de paleta sobre la sartén... Es intensamente doloroso y a la vez inmensamente reconfortante saber que aún ahora, sigue regalándonos pequeños placeres culinarios. Sé que a él esto le encantaría saberlo, le encantaba cocinar y vernos disfrutar con sus platos.
Creedme que no me gusta demasiado el pisto, pero ayer... ayer fue el mejor manjar del mundo. El aroma me devolvió a un pasado en el que yo estaba sentada en torno a la mesa, en casa de mis padres, hablando de cualquier cosa nimia, sí, aquella época en la que lo más importante era pensar en qué íbamos a hacer al día siguiente...