miércoles, 19 de agosto de 2009

Adiós


El día 02 de junio hablaba de cómo vivir con la pérdida de un ser querido. En su momento hablé demasiado pronto sobre un acontecimiento que ha tardado dos meses en producirse.

Hoy, a las 8 de la mañana, mi abuela materna dió su último suspiro. Se ha quedado dormida mientras le peinaban.

Con ella se ha ido, tal y como decía en la entrada de este post, una parte de mi infancia y mi adolescencia; todos esos veranos en la finca, comiendo sandía cortada por ella; y los crudos inviernos manchegos que se hacían más cálidos al calor de la chimenea, mientras ella iba y venía del corral.

Esa mujer tan robusta, tan fuerte y tan alegre, se ha ido dejando una herencia de siete hijos, doce nietos, seis biznietos y 93 años de vida intensa, llena de texturas, color y emociones.

Me quedo con el recuerdo de sus vibrantes ojos azules, de su descontrolada risa, de su gran estatura y su pelo blanco.

Siempre te recordaré abuela. Has dejado gran parte de ti en mi. Gracias por enseñarme tanto.




martes, 11 de agosto de 2009

La piscina... ese gran invento.

Domingo por la tarde y tarde de modorra.
Después de sobrevivir a la jornada intensiva poniendo la casa como los chorros del oro y después de la fideuá a lo mesetario, a punto de cerrar el ojo para sestear, nos damos cuenta de que no hemos salido en todo el día de casa y que el peque todavía está con el pijama puesto y con el chorretón de colacao del desayuno alrededor de la boca mezclado con el color anaranjado del azafrán de la comida... Nos entra cargo de conciencia y pensamos que hay que ponerse las pilas. Son las cuatro y media de la tarde y ni aún estando en Canarias con una hora menos, nos vamos a salvar del tostonazo de sol que cae completamente vertical en la calle.
¿Qué hacemos? ¿Dónde vamos? Tenemos que salir a algún sitio. Adecentar al nene para que le de el aire, que aquí en casa solo huele a amoniaco, desinfectante y caldo de marisco.
Decidimos darnos un garbeo por la piscina municipal. Resulta que ahora, por estar empadronados en mi superciudad, nos cuesta más barato que a los que vengan de fuera. Tenemos que aprovechar el ofertón sí o sí.
En fin, que nos armamos de valor y en plena ola de calor, salimos enchancletados a la calle. Bolsón al hombro, bañadores puestos y toalla piscinera.
Resulta que el peque está aprendiendo a nadar y para más señas, ese día sabe que va a estrenar manguitos... está emocionado con la idea ¡cómo decepcionarle!
Su padre y yo nos medio arrastramos por el derretido asfalto, mientras él medio levita de la emoción... ¡qué energía!
Llegamos a la piscina, nos piden el carnet y toma ya, 15 € de ná si total, en verano no hay crisis. Entre unas cosas y otras son las cinco de la tarde y en la taquilla nos avisan de la hora de cierre, tenemos tres horas para aprovechar al máximo.
Llegamos al césped, es decir, al poco hueco que queda. El peque ya se ha quitado todo y provisto de lo básico y sus manguitos le veo corriendo hacia la piscina de bebés. Me voy detrás de él y compruebo disgustada que la piscina de bebés está en hora punta y más llena de roña que los pies de Espinete. Probamos con la piscina grande, para llegar a ella hay que pasar por las duchas y hay que mojarse los pinreles en un foso con agua estancada y con un sospechoso color amarillento... glups. Abro el grifo de la ducha y cae un chorro de agua congelada, el peque se pone morado ipso facto y salimos pitando de allí, con los pies al borde del contagio por hongos y la digestión al punto de corte... Pero prueba superada.
Muy lozana y con el enano enmanguitado, me tiro a la piscina y agarro a mi hijo, le meto en el agua. Bueno, no se está nada mal. El agua está bien, el nene está bien, no hay demasiada gente y cuando estoy a punto de empezar a nadar, viene la socorrista y me da un pitido que me deja estupefacta:
- Oiga señora, no se puede estar en esta piscina con manguitos. Se tiene que ir a la mediana.
Y yo obedezco cual corderillo degollado (al fin y al cabo para algo soy una SEÑORA). Saco al nene y visualizo la piscina mediana: aproximadamente está en ella el 90 % de la población infantil del municipio con sus respectivos padres dentro. Tomo aire, cojo al nene, vuelvo a la zona de duchas, me enfango de nuevo los pies y de entre toda la marabunta de cabezas, logro un hueco del que casi no puedo moverme ... Puaj, el agua está calentorra y su color es rozando el blanco (quiero pensar que de tanta crema de niño con fotoprotección factor 50). Conservo la calma y me guardo mis escrúpulos para otro momento, mi hijo está familiarizándose con el medio y no quiero transmitir malos rollos. Nada más poner un pie en el agua en nene me dice que "tiene pipí". Salgo del agua, paso el fango, busco el W.C., lo encuentro, bajo el bañador que se empeña en quedarse pegado a la piel de Daniel, piso el suelo húmedo y se nos pega papel higiénico en las chanclas... vuelvo a la piscina, me meto y meto al peque en el caldo blanquecino y con una sonrisa de oreja a oreja le animo a flotar y a mover las piernas. Empezamos a jugar con el agua y a hacer carreritas de un lado a otro de la piscina. Nos lo estamos pasando tan bien, somos tan felices y se nos nota tanto, que de repente, se nos incorporan a las carreras y a los juegos un montón de niños... de los que sus padres están fuera mirando al retoño cómo molesta al resto... estuvo a punto de salirme la vena "monitora de campamento de verano" de antaño, pero me recompongo y esta vez sí que me niego a entretener al resto de niños (que se encarguen sus padres), le digo a mi hijo que nos tenemos que salir y él que no y yo que sí y erre que erre que quiere hacer carreritas acuáticas con sus recién estrenados "amiguitos".
Al final, consigo salir de allí y llegar al minitrozo de césped con el pequeño enfurruñado. Pero no hay nada que un buen helado no consiga arreglar.
Pasa un rato y nos da tiempo a tomar el sol y a que se nuble. Se levanta tal ventolera, que a las siete hay que recoger el campamento base e ir, otra vez enchancletados y con el biquini empapado, al coche. El peque calentito con la ropa de cambio y nosotros con la idea de repetirlo otra vez, pero la siguiente mejor en la piscina privada de algún amigo...

viernes, 7 de agosto de 2009

No estoy de vacaciones... aunque lo parezca.

Precisamente todo lo contrario. Lejos de tener esa pausa que tanto apetece en veranito, cuando los cuerpos se atocinan bajo el sol español... aquí estoy trabajando el doble porque es temporada alta y porque mi jefe entre viajes de negocios y vacaciones me ha dejado al mando del timón.
Sencillamente, he tenido momentos de locura y de no dar abasto, con el culo cuadrado de no levantarme de la silla en siete horas y la garganta al borde del colapso de tanto hablar en inglés y tanto aire acondicionado.
Por otra parte, mi familia está de vacaciones... es lo que tiene ser profe y alumno que desde julio te dan vía libre en los quehaceres cotidianos. Así que, cuando vuelvo de trabajar me encuentro con el papá y el hijo deseando hacer cosas divertidas y por otra parte agotadoras.
Sí, sí, aguantando de puro milagro estoy, que entre unos eventos y otros, me tiro en pie desde las siete de la mañana hasta la una de la madrugada...
Dentro de poco (bueno no tan poco) tendré 15 días que aprovecharé para ver un poquiño de Galicia y otro poco de la Mancha. Entonces sí podré frenar y relajarme.
De momento, sigo mi vida, eso sí, con cierto sufrimiento, que estoy a dieta y me subo todos los días en la bicicleta que me lleva y me trae del trabajo. Eso son aproximadamente 6 kilómetros al día y aún más calorías si contamos con que estoy sobreviviendo a base de barritas saciantes.
Cada día que paso hambre me acuerdo de la madre que me... sobrealimentó en su momento. Pero en fin, que eso es agua pasada.
Por otra parte, el peque, mejor dicho el pequeño tirano que ha poseído a mi angelical niño, está siendo controlado con paciencia, amor y muuuucho diálogo. Me da a mi que Pequeño Tirano es un espíritu que se adueña de los dóciles niños cuando terminan el cole y tienen el privilegio de pasar con sus padres las 24 horas del día... oigo quejas de padres cercanos a mi y al contarme sus experiencias me resultan tremendamente familiares...
El peque-monster intenta adueñarse de la paz de nuestro hogar con frases como:
- "Mamaaaaaaaaaaaáaaa, tengo SEEEEEEED, traeme AGUAAAAAA AHOOOORA MISMO".
- "No quiero comer, no quiero dormiiiiiir, quiero ver la teleeee AHORA MISMOOOOO".
A mi, sinceramente se me abren las carnes al ver como mi dulce hijo se convierte en un pequeño déspota por momentos. Pero, lo que antes hubiese sido para mi un motivo de convocar un gabinete de crisis, ahora es un motivo para llenarme de paciencia y entender que para él es una etapa, o es un periodo de adaptación o lo que sea... el caso es que intento hacerle ver que las cosas se piden con respeto... o en este caso, incluso uno mismo puede ir a por agua porque ya sabe de sobra dónde está su vaso y cómo puede llenarlo.
De hecho, este verano, tengo un propósito más firme incluso que el de adelgazar los kilillos post parto y es borrar de mi mente la idea "más vale un azote a tiempo". Esta filosofía del cachete es algo con lo que he vivido toda mi vida e incluso y me atrevo a decir que a mi peque le he dado alguna vez en el culo. Siempre he justificado esa actitud porque nunca le dí por desahogarme, sino tras haber agotado todos los recursos. Pero, he decir que he visto la luz y que al igual que a mi no me gustaría que mi jefe me diese un pescozón por haberme equivocado o por no haber hecho las cosas como a él le gustaría, a mi pequeñajo tampoco le gusta. Pegar es una falta de respeto y es un modo del todo equivocado de intentar hacer que alguien rectifique su comportamiento.
Hace años que lo sabía y hace años que me controlo, pero ahora es un auténtico propósito de hacérselo ver a quienes me rodean, sobre todo familia que tiene hijos y les dan un cachete de vez en cuando...
Por lo demás, mi vida sigue su curso, eso sí, con proyectos en mente, que ya os iré contando.

Para tod@s los que lean esto... hasta pronto.