Hace tiempo que se acabó el dar clase a un público silencioso, resignado y subyugado. Las clases del siglo XXI requieren de un profesor cercano pero sabiendo establecer límites, implicado pero sin llegar al colegueo, abierto pero sin ser permisivo, intuitivo y a la vez práctico, preparado en contenidos y conocimientos pero también con gran capacidad para dinamizar el aula, para hacer partícipes provocando la motivación por el aprendizaje, ayudar al autoaprendizaje, atender a todos con actividades adaptadas y adecuadas a cada uno ...
Dar clases no es la panacea claro, si fuese fácil estarían las Universidades a tope de gente dispuesta a ganarse el pan con la docencia. Para dar clase y salir satisfecho por eso, tiene que gustarte la educación, tienen que gustarte los adolescentes y tienes que estar dispuesto a dejar el resto cada minuto que pasa en el aula y aún así, no siempre se sale con ese sentimiento de haber hecho un buen trabajo.
Personalmente, cada día que voy al Instituto, respiro hondo, dejo que los nervios se templen y que una gran sonrisa perfile mi semblante. Quiero que sepan que al margen de nuestros respectivos roles, ellos me enseñan más a mi que yo a ellos, solo hay que favorecer que se expresen mientras nos tomamos la molestia de permanecer atentos a lo que dicen sus palabras y sus gestos.