lunes, 23 de febrero de 2009

EL PISOTÓN

Él era de la ciudad de Medellín. Hacía ya tiempo que sabían de los ordenadores y la banda ancha, mucho antes que en España ya que les llegaba todo lo último de EEUU. Vino a Madrid persiguiendo el amor y al final el amor no le encontró a él.
Ese día, llegó a Atocha Renfe y enfiló las escaleras mecánicas dirección al metro, desde donde estaba tenía que hacer muchos transbordos y era plena hora punta, las 8.30 de la mañana.
Tomó aire y el resto de aparejos para hacer su trabajo, él era autónomo y pintor. Se había dejado su furgoneta en casa, con una rueda pinchada y en el andén de la línea 1 de metro, más gente de la que cabía en los vagones.
Dejó pasar varios trenes imposibles de cargarse más y finalmente, al tercer intento consiguió hacerse un pequeño hueco entre una mujer que leía "La fiesta del chivo" y un señor que leía "20 minutos"... Con cada estación, más gente entraba y menos salía y a empujones le relegaron contra una agarradera sin poder casi respirar.
Tenía que pintar una casa y ya iba bastante tarde, pasó por empujones, pisotones, codazos, hasta se le cayó el material más de una vez, pero como en el metro empezó el principio de deshumanización, nadie le ayudó.
Por fin llegó a su parada, el Metro Colombia y se sintió por un instante algo mejor, casi como en su hogar. Hasta que llegó a la dirección que tenía escrita en un papel y le miraron mal, por llegar 15 minutos tarde.
Para él, cada día era una lucha y su cuerpo se lo recordaba llenándole la cara de precoces arrugas y encongiéndole cada vez más.
Y así pasó un día y otro entre atropellados pasos y bruscos empujones. Él iba menguando, menguando, menguando.
Al tiempo, llegó a Atocha Renfe de nuevo y se dirigió al metro, a su línea azul, la línea 1. Apenas llegaba a los escalones de lo pequeño que era, de tanto no mirarle, de tanto maltratarle, se había vuelto diminuto a los demás. Fue, como siempre, dejando pasar a los demás usuarios que parecían tener más prisas que él y al ir a pasar al vagón de siempre, alguien, mucho más grande que él se le adelantó, levantó su magnífico zapato y ¡plof! lo aplastó como una hormiguita.
Nunca más se supo de él. Ni la señora a la que pintaba la casa se extrañó de que jamás llegase a acabar su trabajo y así sin más lo reemplazó por otro; ni sus compañeros de piso notaron el vacío de su compartida habitación; ni el panadero al que siempre le encargaba una hogaza de pan de pueblo bien tostada pensó qué fue de él; ni su comadre de la tienda a la que compraba arepas se acordó de él.
Nadie, ni siquiera su furgoneta pinchada que pronto fue desvalijada, le lloró.

4 comentarios:

Melisa dijo...

Que pena que en tantos casos la cosa sea efectivamente así.

¿Has leído los cuentos de Chejov? Si no lo has hecho, te los presto. Te van a gustar.

Ciudadana C dijo...

No los he leído.
Y vale, me encantará leer algo que tú me recomiendas.
¿Qué tal vas? Yo ya he soñado varias veces con tu parto.

Melisa dijo...

Pues cuenta con ese libro :)

Mañana voy a monitores. En cualquier momento...

Niña hechicera dijo...

La deshumanización....qué triste que exista ese concepto.
;))