Aquel día llovía más en su alma que en la calle.
A pesar del paraguas, quedó su corazón encharcado.
Un espejo en una pequeñísima tienda, le devolvió algo que vió sólo por el rabillo del ojo:
Un hombre todavía joven con grandes y profundas líneas horizontales martirizando su frente.
Cada movimiento de su cuerpo le envejecía y cada cabello de su sién se hacía más gris cuanto más pasaban los segundos.
- "Es ÉL" - pensó con miedo.
Volvió a mirar de soslayo.
- "¿Es ÉL?" - intentó asegurarse.
Reunió todo el valor que se le había escapado en cada suspiro y se acercó aún más.
- "No, no es él. Soy yo."
Aquella imagen, viva imagen del presente, era la suya.
Él, tan impetuoso siempre, se había desinflado como un globo de feria.
Se había quedado solo.
Se había quedado anclado.
Se había quedado inmóvil.
Sin esos ojos de mujer que siempre le habían devuelto la mejor imagen de sí mismo.
2 comentarios:
Pasaba por aquí y me ha encantado el relato y tb las fotos de tu excursión.En la búsqueda de blogs interesantes creo que regresaré...
Un saludo.
vaya me encanto que bueno
asi es la realidad de muchos
pero da un pelin de pena...
un beso
Publicar un comentario