Consiguió deshacerse del rimel de sus pestañas llorando contra la almohada durante toda la noche.
Con los ojos todavía hinchados, se acercó hasta él:
- "No puedo más"- le susurró a su nuca - "y si digo que no puedo más, también me refiero a ti. Quiero que te vayas de aquí. Me haces daño".
Él no se giró. No correspondió a aquella mirada llena de lágrimas que le rogaba una oportunidad para seguir desahogándose.
No cogió nada. Abrió la puerta de la calle y por última vez le habló a ella, destrozada ella:
- "Me da igual, y si digo que me da igual, también me refiero a ti".
3 comentarios:
Es lo malo de las frases lapidarias, que a la que te descuides, se vuelven contra tí.
Un supersaludo
Qué fuerza tiene.
Si dicen que los grandes perfumes van en frascos pequeños...
Me acabas de regalar un rato para la imaginación, me estoy imaginando a los actores, la casa, la luz de fondo, el plano... Ya me he hecho la película solita, qué buen rato me he pasado!
Publicar un comentario